Somos seres de emociones, pero estas poco tienen lugar en nuestras conversaciones, ¿por qué? ¿Se puede hablar de las emociones de distintas formas? ¿Qué podemos hacer para que esta conversación sea más abierta y respetuosa? ¿Cuál es el impacto que tendrán las emociones en Tenemos que hablar Colombia?

Tenemos que hablar Colombia es el espacio que ahora se está dando para activar las conversaciones entre ciudadanos; es una iniciativa que tiene como objetivo adelantar diálogos masivos, representativos, rigurosos e incluyentes. Es una apuesta ambiciosa por hablar con miles de personas en todos los rincones de Colombia, para celebrar sus encuentros y divergencias, y así revelar una visión común.

Dentro de los aspectos que pueden afectarnos a todos los colombianos como individuos, las emociones son algo así como un lenguaje que, sin importar cuáles han sido nuestras experiencias, todos nos podemos hacer entender en términos de lo que estamos sintiendo. Por eso, entrevistamos a Catalina Ceballos, consultora de Comunicaciones de la Comisión de la Verdad, para que nos explicara por qué las emociones deben siempre tener lugar en nuestras conversaciones.

Es común que cuando dos o más personas están conversando surjan distintos temas como la política, la coyuntura, los deportes. Pero poco se habla de los sentimientos que esto genera, incluso el “yo siento que” es más una premisa de opinión. ¿Qué nos impide hablar de nuestras emociones en el contexto de estas conversaciones?

La opinión es la respuesta a una percepción de cada individuo. Esa percepción está permeada por nuestras experiencias emotivas. Creo, más bien, que no le damos valor a eso. Por ejemplo, cuando yo hablo de narcotráfico, o de paramilitarismo, por mucho que sepa de sus orígenes y las razones y el contexto histórico, no dejo de pensar en mi experiencia personal. Lo qué pasa es que, quién conversa conmigo, no hace el esfuerzo de pensar “¿será que Cata fue víctima de este horror?” Al final nos falta compasión, entender al otro como un individuo integral con cargas genéticas, culturales, identitarias.

Hablar de nuestras emociones, de lo que estamos sintiendo, es un ejercicio sanador. Ya sea con la familia, amigos o en terapia. Incluso desahogarse con un completo extraño puede ser una buena forma de hablar sin tapujos, sabiendo que nunca más se van a volver a ver. ¿Por qué, entonces, no lo hacemos más?

Creo que a las personas de mi generación nos enseñaron tanto a “merecer”, a “tener éxito”, a “ser reconocidos”, que nunca nos enseñaron el bienestar de una forma integral, más humana. Creo que las siguientes generaciones han logrado eso con éxito desbordado, y con eso me refiero a que, en ocasiones, prima más el sentir sobre los resultados productivos, por ejemplo. Ojalá llegue una generación que le dé el equilibrio necesario al sentir y al pensar. También creo que no nos han enseñado, al menos en nuestra cultura eso no es común. Tal vez los europeos después de dos guerras mundiales tienen más claridad sobre esto.

Para crear espacios de diálogo seguros donde los colombianos puedan hablar de – y desde – sus emociones, debemos estar abiertos a la escucha de otras verdades. Si algo nos ha enseñado el conflicto armado interno del país es que para no repetir debemos escuchar al otro. Disentir no está mal, de hecho, ayuda a la construcción de una participación democrática. Por eso, se deben crear espacios diversos e incluyentes.

¿Cuál es el peso político de las emociones? ¿Por qué son relevantes a la hora de construir esta hoja de ruta entre los colombianos?

Los políticos nos manejan como sociedad a punta de emociones. Quienes trabajamos en comunicaciones apelamos a las emociones para “conectar” con nuestros públicos objetivos. En un mundo de posverdad precisamente las emociones tienen un peso enorme. Lo grave es que estas pueden ser negativas. Por eso es importante recoger los relatos, testimonios y experiencias de las personas, para no repetir los horrores de un pasado lleno de estigmas, despojos, desplazamientos, violaciones, inequidad, racismo, reclutamiento a niños y niñas, y poder sanar como país.

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